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Democracia en la escuela (Rafael Porlán, coordinador de la red IRES y la campaña “No es Verdad”)

15 octubre 2010

Columna de Rafael Porlán, coordinador de la campaña de difusión del Manifiesto Pedagógico No es Verdad, publicada en la revista Cuadernos de Pedagogía nº 405

» La democracia se ha quedado en la puer­ta de muchas escuelas. Propongo al­gunos principios imprescindibles de una imaginaria «Constitución escolar».

La democracia en la escuela es un valor social que hay que promover decididamente con todas sus consecuencias.

Los centros deben desarrollar una cultura de­mocrática global que implique a todos sus miembros (estudiantes, docentes, madres, padres y personal no docente) y abarque to­dos sus ámbitos (pedagógico, organizativo, de gestión, etc.).

Al ser una institución compartida entre adul­tos y menores, es obligación de los primeros garantizar el aprendizaje democrático de los segundos.

La democracia se aprende. Por ello la escuela debe promover actividades que estimulen la participación de los diferentes colectivos en la toma de decisiones, el debate construc­tivo, el ejercicio de libertades, el cumplimien­to de normas, etc. El papel de los equipos directivos es determinante.

Los estudiantes son personas portadoras de conocimientos, experiencias e intereses. Una enseñanza democrática, por tanto, no puede ser concebida como mero «adoctrinamiento» curricular sino como un proceso guiado de participación responsable.

El estado debe mantener una relación demo­crática con los centros, dotándolos de los medios necesarios para el desarrollo de su función y entendiéndolos como instituciones que tienen el derecho y el deber de promo­ver la mejor formación de sus estudiantes.

El estado ha de promover una formación de los docentes que les capacite para decidir, aplicar y evaluar por sí mismos, de forma de­mocrática y cooperativa, los proyectos que favorezcan el mejor aprendizaje y para impli­carse activamente en la vida de los centros. Es responsabilidad de los docentes generar un auténtico conocimiento profesional que se base en el contraste democrático y rigu­roso de modelos y experiencias pedagógicas. Las universidades deben garantizar la viven­cia de una cultura radicalmente democrática en las instituciones encargadas de la forma­ción inicial de los docentes.

Concluyo pensando que una concepción pro­funda y consecuente de la democracia revo­lucionaría la escuela… ¿y la sociedad? «

http://www.redires.net

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